Se cuenta que hace mucho tiempo, cuando los animales hablaban con los hombres, después de surcar los siete mares desde los confines del mundo, una mañana de abril, frente a las costas de Cádiz, se divisó el potente surtidor de una ballena.
Una majestuosa ballena que había consagrado su vida a buscar la tierra donde las estaciones fuesen templadas, un paraíso donde la humanidad viviera al calor del sol y en paz, junto a doradas playas, ríos de aguas cristalinas y fértiles llanuras de suave ondulación.
Al saber que por fin había encontrado su santuario, la vieja ballena, ya cansada, se dispuso a morir sobre la inmaculada arena de tan anhelada playa, contemplando la más hermosa puesta del Sol.
Desde entonces, según narra la leyenda, dicho paraje se conoce por Costa Ballena.